Aunque es un dato
seguramente no muy conocido, el primer material plástico se inventó para
defender el medio ambiente, durante la segunda mitad del siglo XIX cuando el billar era el juego de moda entre la
alta sociedad estadounidense y europea.
Las bolas para el juego eran fabricadas con marfil, lo que provocó una matanza generalizada de elefantes, especialmente en Ceilán, donde según el Times más de 3.500 ejemplares fueron abatidos con ese fin. En 1.863 un proveedor de bolas neoyorquino ofreció una elevada suma de dinero a quién propusiera una alternativa, algo que hizo el inventor John Wesley Hyatt. Tras años de obtener mezclas fallidas, en 1.869 consiguió el primer material plástico de la historia, el celuloide, que si bien no resultó útil para su objetivo inicial sí revolucionó la industria del cine y la del peine (se abastecía de caparazones de tortugas).
Las bolas para el juego eran fabricadas con marfil, lo que provocó una matanza generalizada de elefantes, especialmente en Ceilán, donde según el Times más de 3.500 ejemplares fueron abatidos con ese fin. En 1.863 un proveedor de bolas neoyorquino ofreció una elevada suma de dinero a quién propusiera una alternativa, algo que hizo el inventor John Wesley Hyatt. Tras años de obtener mezclas fallidas, en 1.869 consiguió el primer material plástico de la historia, el celuloide, que si bien no resultó útil para su objetivo inicial sí revolucionó la industria del cine y la del peine (se abastecía de caparazones de tortugas).
El plástico, que hace unos años era el máximo exponente del
desarrollo, se ha convertido en un problema de primer nivel para el medio
ambiente y los animales, incluido el propio ser humano. Se estima que en todo el planeta no pasan por
una planta de reciclaje del orden de 5.700 millones de toneladas de residuos
plásticos, de las que 8 millones van a parar al mar. A esos datos hemos de añadir que este
material puede tardar en biodegradarse más de 450 años y que nuestra
capacidad para reciclarlo es limitada. De hecho, aproximadamente un 40% de todo
el que se produce anualmente es desechable, y una parte importante de esta
cifra se usa en envases diseñados para tirarlos a los pocos minutos de haberlos
adquirido. A título de ejemplo, sólo tenemos que pensar en el plástico con que
se envuelven los alimentos frescos en los supermercados o los envoltorios de
muchos productos de uso cotidiano.
Se estima que desde 1.950 se han producido unos 6.000 millones de toneladas de este material, suficientes como para cubrir todo el planetas con una envoltura de plástico. Hay restos plásticos de diverso tipo en
todos los mares y océanos del mundo, y aunque la magnitud global de esta contaminación
masiva es aún una incógnita, las muestras obtenidas durante la Expedición
Malaspina que se llevó a cabo en 2010 por el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científcas)
apuntan que la cantidad de plástico que
hay en los océanos es de decenas de miles de toneladas, y que cantidades aún mayores
están siendo transferidas desde la superficie a los organismos marinos y a
aguas más profundas.
Hasta ahora se había constatado la existencia de acumulaciones de plástico
en las zonas centrales de Pacífico y Atlántico Norte, pero esta expedición ha demostrado la existencia de cinco grandes
acumulaciones de residuos plásticos en el océano abierto, dos en el hemisferio
Norte y otras tres en el Pacífico Sur, Atlántico Sur e Índico. Estos cúmulos son
generados por la circulación superficial de las aguas marinas, organizada en
torno a cinco grandes giros que actúan como cintas transportadoras.
Estas recogen el plástico flotante procedente de los continentes y lo agrupan
en las zonas centrales de las cuencas oceánicas. A lo largo de ese recorrido,
los objetos se resquebrajan y se fragmentan debido a la radiación solar, pero
los trozos más pequeños, llamados microplásticos, son bastante estables y
duraderos y pueden perdurar varios centenares de años.
En el año 1.997 el capitán californiano Charles Moore, a bordo de su
buque oceanográfico Alguita, vislumbró bajo el casco una aglomeración
tan brutal de residuos que puso en alerta a la comunidad internacional. Su
existencia ya había sido anunciada previamente por la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos) nueve años antes, pero Moore fue el primero en observar in situ una de esas "sopas" y se dedicó desde ese momento a divulgar el problema y a documentar la dimensión
de estas grandes áreas donde
confluyen los residuos formando inmensas islas flotantes de basura. Están
compuestas por fragmentos de todos los tamaños, a veces tan
pequeños que son difíciles de ver a
simple vista por lo que los animales los confunden
con el zooplancton. De este modo, el plástico pasa a formar parte de la cadena
alimentaria marina. Se
calcula que más de 600 especies ingieren por error pedazos de plástico que confunden
con alimento, unos lo hacen tragándolos directamente y otros, cuando depredan
sobre los anteriores.
Pero los efectos de los residuos plásticos van más allá de las áreas donde
confluyen cada uno de los cinco giros. En el Mediterráneo, los plásticos también
proliferan en el estómago de nuestras aves marinas, según el estudio realizado
por un equipo del Departamento de Biología Animal y del Instituto de Investigación de la
Biodiversidad, de la Universidad de Barcelona. Publicado recientemente, es el primero que
cuantifica la ingestión de plásticos en aves marinas en el Mediterráneo. «Tras
estudiar el contenido estomacal de 171 aves marinas que habían sido capturadas
de forma accidental por la flota palangrera –explica el director del mismo González-Solís–,
comprobamos que un 66 % había ingerido al menos un trozo de plástico.» Entre
ellas, especies amenazadas como las pardelas balear y cenicienta, de las cuales un 70 % y un 94 %
respectivamente conservaban un promedio de 15 piezas plásticas en su estómago. La solución a este grave
problema no es nada fácil, en primer lugar porque el coste de
retirar esas exorbitantes cantidades de desperdicios es inasumible para
cualquier país a título individual, y encima esas acumulaciones se hallan en tierra de nadie. En
segundo lugar, porque a cada minuto que pasa la cantidad de plásticos en el mar
va aumentando sin parar, ya que seguimos tirando nuestros
desperdicios de forma incontrolada desde todos los puntos del planeta.
Recientemente, y de forma casual, investigadores
de USA y Reino Unido han descubierto una
enzima que destruye el plástico.
Conocida como “ideonella sakaiensis”, esta encima parece
alimentarse de un tipo de plástico llamado PET que se utiliza principalmente en
las botellas de este material de consumo tan extendido en nuestros días. Actualmente sigue en fase de estudio y
desarrollo, pero sin duda alguna puede ser un punto de partida importante para
intentar poner solución parcial al
problema. Recientemente habrás tenido acceso en los medios de comunicación a la
noticia de que la Comunidad Europea estudia prohibir la venta de pajitas,
platos y cubiertos de plástico. Para que la medida prospere ha de ser aprobada
por la Eurocámara y los países miembros, pero es un modo de atajar el problema
acudiendo a la raíz del mismo, algo que te puede dar una idea de la
preocupación y concienciación que en organismos oficiales empieza a haber sobre
el problema. Entre tanto y no, hemos de mentalizarnos y reciclar, sumar nuestros
esfuerzos a título individual para contribuir a mantener nuestro ecosistema, y
esperar que algunos proyectos y estudios que a nivel de mecenazgo están en fase
inicial desarrollen técnicas que nos ayuden a eliminar estas ingentes
cantidades de plástico que hemos generado y volcado tanto a la superficie terrestre como a
nuestros mares y océanos.
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